Rompamos el Silencio 9002009999 – 9002009999 9002009999. Memoricé el número. Era la señal que buscaba desesperadamente en mi interior. Rompamos el Silencio… letras blancas que me gritaban desde la sala de espera del hospital.
Después de once años de martirio, con aquella llamada, empecé a vivir mi propia vida.
Necesitaba mucho valor, pero no más del que usaba a diario para aguantar el maltrato y seguir sonriendo.
Y necesitaba también ayuda. El Instituto de la Mujer me la ofrecía. No han resuelto mi vida, pero me han facilitado el empezar de nuevo y sobre todo, el salir de la amarga situación en que me encontraba y que me parecía imposible cambiar.
Ahora uso mi entereza, mis sacrificios, mi resistencia física y mental, no para atender los caprichos y susurros de un maltratador, sino para labrarme mi propio futuro y construir en armonía un hogar feliz para mis cuatro hijos y para mi misma.
Soy Ana Bella y tengo treinta años. Si estás pasando un calvario silencioso en tu vida de pareja, no aguantes más. Hay salida. No estás sola.
Seguro te pasa como a mí. Nadie lo sabe. Él tiene una personalidad encantadora de cara a los extraños. Él es amable, extrovertido y triunfador. Nadie conoce cómo es en casa. Sólo tú sufres sus puñetazos, palizas, pellizcos, sus amenazas, sus miradas, sus insultos, sus vejaciones, sus interrogatorios de tercer grado y sus tremendos celos. Sólo tú sabes cuántas veces has tenido que olvidar sus humillaciones a la hora de acostarte junto a él cada noche.
Me casé a los 18 años con un hombre de 42. Mi idea del amor romántico, altruista, entregándome en cuerpo y alma al ser amado, junto con el carácter narcisista y manipulador de mi marido, hizo que mi matrimonio transcurriera en un ambiente de sometimiento total y absoluto, donde él era el dios y yo la esclava que vivía simplemente para satisfacerle.
Todas mis energías las gastaba en mantener esa relación, en llevar a cabo sus órdenes, en complacerle hasta el punto de anular mi pensamiento, aceptando sus manías y negando mi instinto. La lógica que él imponía defendía sus obsesiones y mi pensamiento se iba convirtiendo en una máquina de repetir sus palabras y explicaciones a conductas que son en realidad absurdas y obsesivas.
Abandoné la universidad. Trabajaba como una mula en nuestros negocios, mientras él pasaba casi todo el día en la cama. Me encontraba aislada emocionalmente, sin contactos con amistades ni familia y acotada por prohibiciones cada vez más exageradas: no podía ni leer libros, ni ver programas en la tele, ni comer pipas, por ejemplo; ni saludar a hombres, ni hablar con mujeres, debía permanecer siempre a menos de tres metros de distancia de su cuerpo. Mi personalidad y mi expresividad estaban inhibidas, ya que no podía mostrarme amistosa con nadie, ni vestirme como deseaba, ni siquiera mirar al frente cuando caminaba por la calle porque me malinterpretaba, desencadenando sus reacciones violentas. Sufría insultos constantes, abusos sexuales, castigos, correazos, palizas… que ya ni me dolían porque la única solución que encontraba para resistir fue hacerme insensible. ¡Aprendí a no sentir! Aprendí incluso a no pensar, porque su control dominaba hasta mis pensamientos, mis ánimos.
En mi interior se fue generando un sentimiento de soledad terrible, al tener que soportar en secreto cada abuso. Y lo peor es que una mirada suya, un gesto amenazador, inadvertido por el resto de la gente, yo los percibía como puñales. Ya no necesitaba pegarme. Me doblegaba a su voluntad. Una violencia disimulada que me dominaba y me hacía enmudecer. A veces hasta me meaba de miedo en las bragas. Vivía en constante estado de alerta y de terror psíquico. Imaginarme una vida lejos de él era impensable. Me mataría. Soy una persona responsable, inteligente y educada, no soporto la idea del fracaso, así que inconscientemente veía este sufrimiento como un desafío al que podía hacer frente portándome bien. Creía que si atendía sus exigencias todo sería diferente. Porque a veces era bonito ya que yo olvidaba y disculpaba su comportamiento. Esos momentos de felicidad me devolvían la ilusión para seguir intentándolo. Ese… te pego porque te amo, si no te quisiera te dejaría y ni me molestaría en pegarte…era eso es lo que me confundía. Siempre era yo la culpable y la que debía pedirle perdón una y otra vez. Decía que él no quería pegarme. Es que no tenía más remedio porque yo era mala e indecente.
Tras once años, en la última pelea, por primera vez me atreví a contestarle: -Si soy tan mala, tan puta y te hago tanto daño, ¿por qué sigues conmigo?¿Por qué no nos divorciamos? -Eso no chiquita, no te va a ser tan fácil, lo nuestro es amor o muerte.
Él quiso hacerme jurar que estaba dispuesta a seguir con nuestra relación aunque me doliese. Pero me negué. Estaba tan cansada ya… Él me chocaba la cabeza contra la pared, me daba puñetazos: -Júralo, Júralo, Júralo…Y se lanzó sobre mí inmovilizándome, apretándome la garganta. El aire dejó de penetrar en mis pulmones. Mi corazón latía fuerte pero despacio. ¡Ana Bella, si quieres seguir con nuestra relación aunque te duela, apriétame el brazo!- me gritaba.
Yo no quería. Ya me daba igual vivir o morir. No encontraba salida a esta situación pero sabía que no me la merecía y que no quería seguir claudicando, sufriendo, fingiendo… Quería tener una vida normal, la que me habían negado de niña porque hubo muchos problemas en mi familia y la que mi marido nos estaba negando a mí y a mis cuatro hijos. El llanto de mi bebé de seis meses me devolvió a la realidad e intuitivamente apreté el brazo. Asentéí a todas sus preguntas. Volví a someterme, a desnudarme y a hacer el amor…. Ana Bella ¿Lo haces por cumplir o porque te apetece?- me preguntaba después de chequearme el cuerpo para ver si me había dejado alguna marca. Porque te quiero-le respondí asustada.
Esa tarde llevé a mi suegra al hospital y me sorprendió el cartel. Rompamos el silencio. 900 100 999. Llamé a escondidas, de madrugada, desde el coche. Me creyeron. Me animaron. Me escucharon. Me apoyaron. Me comprendieron.
Me explicaron que iba a estar protegida y que obtendría el asesoramiento jurídico necesario para separarme. Y así fue. Estuve viviendo con mis cuatro hijos en una casa de acogida durante tres meses. Un sitio seguro y protegido donde él no pudo encontrarme para cumplir sus amenazas. Nos proporcionaban casa y comida más asistencia psicológica para reforzar la autoestima y afrontar todos los problemas. Pude compartir mi experiencia con otras mujeres y al sentirnos identificadas era como si nos liberásemos. Podíamos hablar sin temor. Y nos creían.
Estuvimos ocho meses más en un piso tutelado, mientras mi juicio de separación se llevaba a cabo. En todo momento tuve protección policial a la hora de acudir al juzgado.
He sentido miedo, soledad, desesperanza viendo cómo pasaban los días y mis juicios se suspendían debido a artimañas de mi ex marido. Él pretendía que yo me desesperase y volviese a su lado. ¡¡Pero no!!
Gracias al Instituto Andaluz de la Mujer pude vivir con mis hijos en un hogar seguro, hasta que por fin salieron las medidas provisionales.
He tenido que enfrentarme a múltiples inconvenientes. Mi abogada de oficio se desentendió del caso. Ni punto de encuentro, ni orden de alejamiento, sin recibir la pensión alimenticia para mis hijos, sin casa, sin dinero, sin trabajo…. En vez de resignarme, agobiarme y llorar, me armé de valor y seguí luchando. Nadie me iba a resolver la vida salvo yo misma. Recibí una subvención del Instituto de la Mujer de 2200 € con la que pude seguir tirando. Mi madre me acogió en su casa, aunque dormimos en el salón. Busqué un nuevo abogado especialista en divorcios y violencia de género que convino en cobrar una vez que yo tuviera dinero. Gracias a él y a la incesante ayuda tanto de la abogada de la casa de acogida, la psicóloga, las asistentes sociales y su directora, he conseguido que la jueza revise las medidas y me otorgue el punto de encuentro para la entrega y recogida de los niños, además de un examen psicológico de mi ex marido válido para la sentencia definitiva de separación. Estoy a la espera de la orden de alejamiento y de mi juicio por malos tratos, además de otros juicios por denuncias que he tenido que ir poniendo debido al acoso de mi ex marido. Por fin, tras varias denuncias, he empezado a recibir la pensión.
Acceder al mercado laboral ha sido complicado y muchas veces desmoralizador. Tengo experiencia pero no estudios. Y al haber trabajado siempre en los negocios de mi ex marido, no estaba asegurada, así que carezco de vida laboral. Durante el tiempo que estuve en la casa de acogida hice un curso de secretaria de dirección y obtuve mi diploma de inglés comercial de la Cámara de Comercio de Londres Nivel 2, oral y escrito. El Instituto Andaluz de la Mujer tiene además un programa de apoyo a mujeres víctimas de violencia doméstica. Son cursos renumerados con posibilidad real de integración en la plantilla de la empresa. Existe también un departamento de Orientación Laboral, donde me ayudaron a confeccionar mi c.v. Desde la O.P.E.A. de UGT también recibí asesoramiento. En la Fundación Adecco reservan puestos de trabajo para familias monoparentales. Me pateé toda Sevilla y alrededores entregando mis cv, contesté a cientos de anuncios, hice muchas entrevistas.
Lo más duro es saber que desde cero había levantado una empresa con mi ex marido, teníamos una casa frente al mar con piscina, terrenos, coches de lujo… y que todo mi esfuerzo fue para nada y tengo que empezar de nuevo. Él es dueño de todo y yo he tenido hasta que pedir comida en la cruz roja.
Pero no me achiqué. Seguí intentándolo. Gracias a la ayuda de mi familia que se queda con mis hijos cuando no están en el colegio, he podido empezar a trabajar. Sin embargo aún sigo buscando un puesto con un horario flexible, para valerme por mí misma y pasar más tiempo con mis hijos. Continúo estudiando, esta vez en la Universidad a Distancia, para hacer derecho. Y he dado la entrada para una casa propia a la que espero mudarme este Año Nuevo.
He avanzado, sí, pero aún me queda mucho camino por recorrer y no puedo perder la paciencia. Estoy sufriendo el acoso continuo de mi ex marido. Quiere intimidarme. Intenta recuperar el control sobre mí utilizando todas sus estrategias: amenazas, llamadas constantes, mensajes en el contestador, cartas, telegramas, hasta notas en el coche. Ha contratado a un detective que me sigue día y noche. Incluso él mismo me persigue y hasta me atosiga en mi lugar de trabajo. Me dice -Te voy a hacer sufrir tanto que me pedirás de rodillas que te mate.
A veces intenta conmover mis sentimientos haciéndose la victima, que está enfermo, que me necesita, o recordándome los momentos buenos que pasamos juntos con nuestros hijos y prometiéndome una felicidad que sé que nunca cumplirá.
Todo eso me afecta. Mucho. Y siento miedo. Sí, sí que estoy asustada. Pero tengo una ventaja que antes no poseía: cuando él entre en cólera, ya no estaré bajo su mismo techo. Al amenazarme me está dando a entender que ha elegido las palabras antes que la acción. Las amenazas son fáciles de pronunciar pero difíciles de cumplir. Su valor viene determinado por mi reacción. Desde luego que tomo precauciones, pero no permito que sus amenazas me acobarden. No hay que vivir con miedo, sino con precaución. El miedo es un instinto que podemos usar para advertirnos del peligro, pero no para encerrarnos en una cárcel psicológica.
Lo más importante y lo que aconsejo a todas las mujeres que están en mi situación es que no se involucren. Que no tengan ningún contacto con sus ex maridos acosadores.
No intentes negociar con él. Él nunca te ha escuchado y ¿por qué lo iba a hacer ahora? La persistencia sólo demuestra persistencia, no amor. No significa que tú eres especial para él, sino que él está perturbado. El acoso es la manera en que los hombres rechazados aumentan sus posibilidades cuando las mujeres no les siguen el juego.
Si te llama sin parar y un día, después de 50 llamadas, harta de escuchar el ring ring del teléfono, lo coges y le gritas ¡Déjame en paz!, él sabrá que la próxima vez sólo tendrá que intentarlo unas 50 veces para recibir respuesta por tu parte y mantener así cierta relación. Si no le haces caso finalmente desistirá.
Mi experiencia me ha demostrado que cuando todo está oscuro siempre hay una luz que te va guiando y con esfuerzo las metas se logran.
Hemos sido mujeres maltratadas y la huella de ese dolor nos puede servir para seguir luchando. Nos secundan grandes cualidades: tolerancia, resistencia, abnegación, tenacidad, capacidad de entrega y sobre todo somos más valientes que la mayoría de la gente. Poseemos lo necesario para triunfar en la vida. Lo que nos ha pasado no ha sido por nuestra culpa. Ahora vamos a trabajar y a vivir para forjar un presente y un futuro según nuestras convicciones. Yo lo estoy consiguiendo, También puedes. No estás sola. Llama si necesitas ayuda 9002009999.
Ana Bella Estévez Jiménez de los Galanes
Artículo escrito en 2002 y publicado en el Anuario de la Junta de Andalucía
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